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Disfuncionalidad Familiar: Primera parte


Grandes o pequeñas, monoparentales, urbanas, rurales, dispersas o integradas, la familia sigue siendo el grupo primario de convivencia y desarrollo, la primera escuela de la vida, con una gran función social y educativa, que define el desarrollo de sus miembros, tanto de forma individual como a nivel colectivo, de forma positiva o negativa.

La familia es fundamental para la protección de sus miembros, su estabilidad física y emocional, la conformación de valores, para dar sentido de pertenencia, siendo fuente de satisfacciones y disgustos, de alegrías y tristezas que forman parte del vivir cotidiano.

En toda familia, siempre operan dos tendencias o fuerzas que le dan la propia constitución como tal. Una tendencia centrípeta que mantiene cohesionados a sus miembros, estableciendo vínculos duraderos y profundos con una continuidad en el tiempo y otra tendencia centrífuga que permite que los miembros de una familia se diferencien, se individualicen y en algún momento vital, formen ellos mismos sus propias familias.

Este interjuego de fuerzas que nos posibilita ver la dinámica de toda familia, suele tener un alto grado de complejidad, en la que influyen muchos factores; ya que un sistema familiar no constituye una realidad bidimensional simple, sino una realidad tridimensional más compleja, en que las relaciones del pasado aterrizan en el presente y se pueden desarrollar en el futuro.

Estas fuerzas, en particular en las situaciones de crisis, pueden volverse rígidas o flexibilizarse exacerbadamente, tendiendo una de ellas a predominar. La mayoría de las familias, logran adaptarse a los cambios externos sin producir disfuncionalidades significativas. Se trata de un proceso de transición, volviendo las aguas a su propio cauce, es decir, a una salubridad relacional. Sin embargo algunas otras, ya sean por ciertas dificultades internas o por aumento de las exigencias externas no toleran el estrés y la presión, y comienzan a utilizar mecanismos disfuncionales que pueden provocar diversos trastornos.

Los periodos de crisis son etapas de desestabilización del equilibrio, periodos de cambio. Cuando la interacción entre los miembros no permite su bienestar, desestabilizándose frecuentemente las relaciones, la disfuncionalidad entra en acción.

Familias centrípetas
Este tipo de familias, también llamadas aglutinadas, tienen los siguientes rasgos característicos:
Autonomía: Puede verse perjudicada debido a que el exaltado sentido de pertenencia requiere un importante abandono de la autonomía. La carencia de una diferenciación en subsistemas desalienta la exploración y la autonomía en el dominio de los problemas. Esta característica inhibe el desarrollo cognitivo-afectivo en los niños.
Relación con el estrés: La conducta de un miembro afecta de inmediato a los otros, y el estrés de un miembro individual repercute intensamente a través de los límites y produce un rápido eco en los otros subsistemas.
Respuesta ante el cambio: Responde con excesiva rapidez e intensidad. Por ejemplo, hay una conmoción general porque el hijo no toma la sopa.
Límites: Los límites entre la familia nuclear y la de origen no se conservan bien; los que separan el subsistema parental del de los hijos se borra de manera impropia; los roles de padres y de cónyuges suelen no estar bien definidos. Los hijos no se diferencian sobre la base de la edad o nivel de maduración, de modo que el subsistema fraterno no puede contribuir adecuadamente al proceso de socialización de sus miembros.
Tendencia a la triangulación: Incapacidad para transacciones diádicas. Cada vez que hay un conflicto entre dos, interviene una tercera persona. La interacción es triádica o grupal, no diádica.
En este tipo de familias, sus miembros están mezclados y confusos. No hay manifestaciones de autonomía ni de independencia. Alguien quiere hacer de los otros “otro yo idéntico”. La familia se rige por una dinámica de poder y sometimiento en la que alguien domina y otros están dominados y controlados. Hay pérdida de identidad y por ello peligro de rotura por no poder ser “yo mismo”. La individualización y la autonomía personal resultan difíciles y sus miembros se sienten asfixiados por una dependencia exagerada. En una atmósfera tan densa, no es extraño que proliferen juegos de relación turbios, a cuya sombra pueden desarrollarse distintos trastornos psicóticos y graves manifestaciones psicosomáticas.

Una pareja tuvo dos hijos y al poco tiempo de nacer el segundo, el marido la abandonó. Ella se apoyó y recuperó a través del cariño de sus hijos, quienes entraron en una relación de dependencia respeto al núcleo familiar. A medida que iban pasando los años, el hijo mayor empezó a separarse del núcleo – se fue a estudiar fuera, conoció a una chica,... – y el pequeño cada vez estaba más apegado a la madre, a quien le parecía perfecto. Cuando el mayor se marchó definitivamente de casa, la madre y el otro hijo se unieron mucho más, cuidando él a su progenitora de forma exagerada. Los años fueron pasando y madre e hijo continuaron igual, hasta que apareció un hombre en la vida de la mujer. A medida que se iba estabilizando la pareja, el chico se iba adelgazando hasta tal punto de que fue necesario ingresarlo en un centro de trastornos alimentarios. La madre se volcó tanto por su hijo que el hombre se marchó. El chico, milagrosamente, se recuperó y ahora, con un poco de barriga, vive feliz al lado de su madre.  
Este caso es un ejemplo claro de sistema aglutinado, donde los subsistemas están entremezclados y confusos, sin que permita a sus miembros diferenciarse unos de otros y si alguien lo hace, es a expensas de otro miembro. La intervención terapéutica tendría que ir encaminada a situar a cada miembro en el rol que le corresponde, buscando las necesidades en su subsistema, dejando “tranquilo” a los otros miembros de diferente nivel.



Las familias aglutinadas funcionales facilitan el apoyo mutuo, la respuesta inmediata de sus miembros a las necesidades colectivas y la unanimidad al afrontar las situaciones críticas. Mantener fuertes vínculos con la familia extensa es útil cuando se carece de una red social alternativa. También es útil cuando se da una emigración colectiva. Es decir, en el contexto ecológico y social adecuado, una familia de estas características, puede ser un importante apoyo. Es cuando desaparecen los límites, la incapacidad de dar espacio individual a cada miembro,..., que la estructura se convierte en insana, intoxicando al sistema.

Familias centrífugas
Este tipo de familias, también llamadas desligadas, tienen los siguientes rasgos característicos:
Autonomía: Pueden funcionar de manera autónoma, pero poseen un desproporcionado sentido de la independencia y carecen de sentimientos de lealtad y pertenencia y de la capacidad de interdependencia y de requerir ayuda cuando lo necesitan.
Relación con el estrés: Tolera una amplia gama de variaciones individuales entre sus miembros, pero el estrés que afecta a uno de ellos no atraviesan los límites inadecuadamente rígidos. Sólo un alto nivel de stress individual puede repercutir con la suficiente intensidad como para activar los sistemas de apoyo de la familia.
Respuesta ante el cambio: Tiende a no responder cuando es necesario. Por ejemplo, pueden permanecer inmutables ante problemas escolares serios del hijo.
Límites: Separación entre el subsistema parental y el de los hijos. Los padres y otros adultos parecen disociarse de toda responsabilidad por el comportamiento de los niños, a menos que sea perturbador, o suscite el malestar de la  comunidad.

En esta familia cada persona anda por un lado. Hay distanciamiento y alejamiento que suele ser prematuro y descompensado, lo que resulta incompatible con la formación de auténticas individualidades madurativas. Estas familias carentes de reglas y estructuras estables, facilitan emocionalmente abandono, malos tratos, abusos sexuales y se constituyen en terreno abonado para las sociopatías.

Eran una familia de tres hermanos que desde pequeños estuvieron atendidos por una niñera ya que sus padres trabajaban muchas horas. Casi siempre era la niñera quien les daba de comer y además, los padres, cuando llegaban a casa, seguían trabajando en sus despachos. Los hijos se hicieron mayores y empezaron a salir cada uno con amigos, haciendo vidas separadas y sólo coincidiendo en algunas comidas, en las que siempre faltaba alguien. El hijo pequeño se juntó con un grupo de chicos que siempre estaban al límite de la ley – con consumo de drogas, peleas,.. – hasta que una noche, después de salir de fiesta, se encontraron con una chica y decidieron abusar de ella. La amenazaron para que no dijera nada a nadie y al dar resultado, lo tomaron como una costumbre, buscando chicas cada fin de semana para abusar de ellas. Al final, el hijo pequeño acabó violando a una prima suya durante más de un año. Cuando la familia se enteró, no quisieron saber nada más de él.
Este es un ejemplo de sistema rígido con un funcionamiento desligado, donde el sentimiento de pertenencia familiar no existe y cada uno satisface sus necesidades sin que a los demás les importe. Además, es más cómodo mirar a otro lado cuando hay conflictos, no teniendo ningún sentimiento de culpabilidad por actuar así.

Hay determinados contextos socioculturales que favorecen la proliferación de familias que a primera vista podríamos considerar demasiado desapegadas. Así, cuando en un entorno cultural se espera que los hijos al crecer se separen de la familia de una manera drástica, parece más funcional ir construyendo unos límites que hagan fácil la separación. Esto se da en muchas sociedades modernas, como puede ser Estados Unidos, donde es habitual que el hijo vaya a una universidad situada a miles de kilómetros y que su vida transcurra, desde ese momento, a una distancia similar al hogar familiar. O también entre algunas culturas tradicionales en las que la hija, al contraer matrimonio, abandona definitivamente el hogar familiar y de hecho, deja de ser considerada miembro de la familia de origen al incorporarse a la de su marido. En estos casos, todo es más fácil si se han creado algunas distancias que hagan más llevadera la separación. Los problemas vienen cuando estas distancias se convierten en insalvables y cada individuo es su propio sistema, perdiendo flexibilidad para acortar las distancias en situaciones críticas que requieren de unión familiar. Es entonces cuando aparece la disfuncionalidad a partir de una estructura rígida e inamovible que conlleva malestar y sintomatología a sus miembros.

     



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